jueves, 7 de abril de 2011

El piano

Sacó a relucir el piano. Por fin tenía ganas de tocarlo.

Hacía tiempo que no levantaba esa pesada tapa negra. Llena de polvo. Sabía perfectamente que tenía que limpiarlo.

¡Ahora sí! Ahora estaba más brillante. Parecía nuevo. Como si lo acabara de comprar. Como si… como si volviera a empezar.

Que placentera sensación experimentó al posar los dedos sobre los rectángulos blancos, negros. Esas teclas capaces de producir sonidos tan diversos, completamente hermosos. Música, se llamaba. Poco a poco, experimentaba Música en sus manos. La sentía. La adoraba. Y por supuesto, la anhelaba. Iba de tecla a tecla, de nota en nota. No tenía prisa. Era una gozada en estado puro.

Do.

Ni siquiera se sentaba.

Re.

¿Cuánto tiempo ha pasado ya?

Mi-mi-mi… ¿esto era Sol? Parece que no. Saltaba, sin ningún orden específico, de nota a nota. Jugaba con ellas. Se estaba divirtiendo, como antes.

Do-Mi-Sol-La. Las toca con los dedos. Siente con los dedos. Con las manos, los nudillos, e incluso, con los codos. Le encanta que el teclado esté tan frío. Ha estado tan distante. Como lo ha echado de menos. Ahora sí que sí. PUM.

Lo estridente interrumpe. Sólo encuentra silencio. Se asusta. Se sienta.

Si es que hacía tiempo que no lo usaba. Y mira que lo intentó. Muchas veces quiso sacarlo, y tocarlo. Amarlo profundamente. Como antes.

Pero no tenía tiempo. Ya casi ni ganas. Al fin y al cabo, parecía que había sido solo un mero pasatiempo. Uno de esos hobbies- los llaman - que se practican para tener entretenidos a los niños durante una hora. Una forma de pasar el tiempo. Ese tiempo, que ya casi no tiene.

Los recuerdos, nostálgicos, le invaden la cabeza. Preciosas melodías que tocó, que profundamente amó le retumban. Irrumpen en su confusa mente. Aunque ahora, casi difusas. Borradas.

Recogió sus antiguas partituras de encima de la caja negra. ¡Vaya revuelto! Las reordenó otra vez. Y las observó, con tanta curiosidad. Como en los viejos tiempos ¡cuántas había! ¡Y tan diferentes! Diversas melodías volvían a resonar en su cabeza. Ahora con más claridad. Sinfonías, blues, valses, pop, swings, rock ‘n roll, baladas, jazz, tangos... todas ellas, sin ningún acompañamiento. Ya no sabía casi interpretarlas. ¡Qué pena! Con lo que le gustaba. Con lo que había conseguido. Con todo lo que había llegado a ser. Y podría haber sido.

Se sentía culpable. Se castigaba. Día, y noche. Y día, otra vez. No se libraba de esas teclas blancas y negras ni aunque abandonase las partituras para estudiar los inmensos tomos de la carrera. Futuro, lo llamaban. Estabilidad, en realidad. Ahora se avergüenza. Se arrepiente.

Siente un terrible silencio. Un silencio en el que oye. Silenciosos sonidos, melodías, acompañamientos.

Do-Si-Sol-Do.

Y ritmos y bases y notas, y más notas. Pero, solo hay silencio. Y aplausos. Los oye. Están en su cabeza, pero los oye. Aunque no con suficiente claridad.

Oye unos aplausos que, en algún momento, perfectamente pudieron haber sido escuchados. Posiblemente, si lo hubiera intentado... aplausos. Para él, gran pianista. Por él.

Lleno de polvo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario