miércoles, 31 de agosto de 2011

Podría...pero no

Podría decir que no soy una persona muy original. De hecho, no creo que lo sea. Pero es que si me pongo a pensar, podría suponer que a todos nos pasa igual. Si por pensar, podría pensar demasiado. Porque si quisiera podría decir que mi vida - tan poco original- es similar a cualquier canción o película. De esas supuestamente únicas y, por supuesto, originales.

Y soy tan poco original, que sé que no soy la única que se siente así. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido que la letra de aquella canción expresaba con las palabras correctas lo que sentíamos y que, en esa película o libro, el personaje tenía un parecido razonable a nosotros mismos. E incluso nos hemos atrevido a pensar en el perfecto reflejo que esa canción o película hace de toda nuestra vida. Si por pensar, de verdad que podría ser cierto. Y todos nosotros - tan comunes y poco interesantes- hemos creído que éramos sólo nosotros los que nos sentíamos como el yo de la letra, película o novela. Parece demasiado original pensar eso por nuestra parte. Pero, sí que podría ser. ¿Por qué no?

Pensándolo detenidamente, por supuesto que mi vida podría entenderse con una bonita canción. O incluso varias. Y, aunque pueda parecer pesada, tengo que decir que no soy la única que se siente así. Escuchamos una música y atendemos a la letra. ¿Está hablando de nosotros? ¡Cuánto me comprenden! parece que hablan de mí, y de mi vida. Describen con exactitud lo que siento, lo que me preocupa, lo que deseo que pase…o que no pase.

Mi vida… ¿Cómo una canción? Podría ser… ¿por qué no? “close your eyes and I’ll kiss you, tomorrow I’ll miss you…” Ya empiezo a imaginarlo. Por supuesto que podría ser una canción hecha sólo para mí... ¿Por qué no? “and then while I’m away…” ¡pues claro que sí! Sin embargo, no puedo evitar pensar que lo mío debe ser diferente.

“so kiss me and smile for me, tell me that…” No, podría valer….pero no. Esto tiene que ser mucho más diferente.

Pero claro, podría ser que el inglés de las canciones se mezcla con mis pensamientos en español y hacen todo más confuso. Podría ser sólo eso y así, si escribiera todas estas palabras en inglés, podría decir sin que sonara extraño “that I am as free as a bird…because things couldn’t be the same” y por eso podría ser, o mejor dicho, convertirme en ese pájaro libre que, ya sea en inglés o en español, necesita comprender que tiene muchas cosas que ver, y descubrir. “Won’t you come fly high free bird?”

Sin embargo, por mucho que pueda llegar a ser un pájaro libre, esto que yo siento sigue siendo más diferente. Mucho más diferente podría decir yo.

No sé…si por decir, mi vida podría ser extraída de muchas canciones- tanto buenas como malas-. Demasiadas tengo en la mente. A lo mejor por eso, lo mío podría ser más diferente.

Si es que por decir, podría llamarme hasta de otro modo. ¿Y si mi poca originalidad residiera en que soy como el personaje de un libro o de una película? Los escritores suelen inspirarse en acontecimientos y personas reales. En ese caso, podrían confundirme con cualquier otra persona y así, tener otro nombre, o incluso podría ser rubia o con ojos azules o por qué no, medir 1,80m. Si ese fuera el caso, podría sentirme identificada con algún personaje que, aunque ficticio, sigue siendo tan poco original como yo lo soy y que entiende por lo que estoy pasando. Así, por ejemplo, podría ser una chica que sabe lo que es perder de verdad. Si me llamara, por ejemplo, Silvia y no como me llamo yo, podría no encontrarme en la situación en la que estoy. Sin embargo, yo no me llamo Silvia ni Ana ni Lucía, y aún tengo que aprender a perder más. A pesar de todo lo que he podido perder ya. Por eso, quiero decir que lo mío es mucho más diferente. De verdad que tiene que serlo.

Pero, a lo mejor, si podría parecerme a la protagonista de una buena película americana. ¿Y si fuera, por ejemplo, Sabrina? ¡Pues claro que podría ser ella! Tan ingenua y joven…y si fuera ella, podría cantar a un maravilloso Humphrey la vie en rose, o mejor aún, susurrar la preciosa letra de la vie en rose. Quizá para que no se note lo mal que canto, o por lo vergonzoso que puede ser cantar algo tan bonito en francés…y quizá Humphrey se enamoraría de mí. Por supuesto que podría ser… pero a mí me resulta todo mucho más diferente. Así que Sabrina no, puede que lo suyo si sea único.

¿e Ilsa? Sí, podría ser perfectamente Ilsa Lund. Sí, y podría pedir a Sam que toque esa hermosa melodía ¡que la toque otra y otra y otra vez! Y mientras suena “no matter what the future brings” el tiempo pasa rápidamente y no nos damos cuenta de hacia dónde vamos ni adonde queremos ir. Mientras las teclas del piano van sonando cada vez más fuertes, más intensas, tú – querido Humphrey- me pides, por fin: ¡Bésame como si fuera la última vez! Y yo, sin ni siquiera ponerme una gabardina, me niego a creerlo. ¡No quiero creerlo! Sin embargo, Ilsa se marcha acompañada de otro….y lo mío…se convierte en algo bastante diferente.

¿Y si lo mío es diferente de verdad? O mejor dicho ¿Y si todos somos diferentes de verdad? Esto, lo mío en concreto, es tan diferente que no hay canción ni película ni libro ni nada que exprese completamente como me siento yo ahora. No hay nada que consiga reflejar exactamente todo lo que yo estoy experimentando. Alegría, miedo, tristeza, rabia, valor… Nadie me entiende. No hay nadie que pueda comprender absolutamente todo lo que siento. Es normal. Tampoco es que yo pueda comprender a los demás Humphreys, Ilsas, Sabrinas,… y muchos otros más. Son todos diferentes.

Ni siquiera me consigo comprender a mí misma del todo. Por eso, necesito las canciones, los personajes de libros y películas. Porque podrían ayudarme a imaginar lo que me va a pasar. Hasta que no suceda, no podré expresar por ningún otro modo todo lo que me va ocurriendo. Porque, como siempre he hecho yo, cuanto menos me descubra mejor. Prefiero esconderme entre palabras, y canciones y películas, y más allá… condicionales. Solo ese condicional puede ayudarme a no tener miedo.

Y por eso, de momento, hasta que no se extinga el condicional, yo podría… (¡y sí, podría!) llorarte tantas, tantas veces. Y besarte, porque puede ser la última vez. Sobre todo besarte. Y quizás, susurrarte al oído cualquier canción que no tiene nada que ver conmigo. O ser más sincera y susurrarte que te echaré de menos. ¡Que te quiero! Y podrías pedirme que yo me quedara…porque me encantaría oír eso. Pero aún así, tendría que irme.

Y quizás, podría dejar de utilizar el absurdo condicional porque cada vez tiene menos sentido. Porque ya da igual. Porque ya me he descubierto. Sin embargo, preferiría seguir utilizándolo porque necesito decirte por última vez que podría quedarme porque es lo que más me apetecería en estos momentos.

Sin embargo, mi vida no tiene mucha originalidad y por eso, preferiría decir que deseo que comience a ser diferente de verdad. Que todo sea diferente.

Porque podrían ocurrir tantas cosas que ya sabemos les han ocurrido a otros… pero siempre es mejor sentirse diferente.

(A todos los que quiero y admiro)

martes, 12 de julio de 2011

Happily ever after?

Porque una historia comience con el clásico “érase una vez” no significa que tenga que acabar en final feliz.

Cuando somos niños, nos mienten. Nos cuentan historias que comienzan con un érase una vez para asegurarnos desde un primer momento que el cuento va a finalizar con una gran boda entre los protagonistas del cuento y que van a vivir felices para siempre. Ya está. No nos cuentan más. El cuento termina con “y vivieron felices para siempre” y no vuelves a saber de ellos. Ni siquiera piensas en cómo van a convivir durante los próximos 20 años de sus vidas. No te preocupas de cómo va a ser el día a día de la pareja feliz- de sus discusiones, peleas o de sus cenas de aniversario y de sus viajes de verano-. Ya ni siquiera concibes la posibilidad de que uno muera de un cáncer maligno o de un accidente con el carruaje (o con lo que sea que utilicen los príncipes y princesas de cuentos infantiles), o de que uno de los dos se enamore de otro príncipe o princesa o simplemente de que dejen de amarse.

En esos posibles finales tristes, macabros, muy alejados de las perdices de cuentos y de los letreros de FIN que cierran el libro que te han estado contando, nadie piensa. Porque no es lo normal. Porque los niños necesitan creer que al igual que los príncipes y princesas de cuentos, sus padres no se divorcian ni se mueren. Nosotros, cuando somos niños, necesitamos el érase una vez. Cuando eres niño escuchas el inicial “érase una vez” y ya sabes, afortunadamente, que va a desembocar en un “y vivieron felices y comieron perdices” y te duermes. O, por qué no, escuchas otro cuento feliz.

Si eres un niño, no te puedes enterar de nada, nada que no esté relacionado con los príncipes y animales y campesinos que salen en los cuentos. No necesitas saber nada más. Todo lo de fuera, eso a lo que llamamos el mundo real, es para los adultos. Tú, si eres un niño, solo puedes encargarte de jugar a vivir en un cuento de perdices. Es lo único de lo que te preocupas, y ¡qué suerte!.

Pero, todos los niños crecen. Sin excepciones. Incluso, algunos están obligados a crecer antes que otros. Por las circunstancias con las que viven. Porque nadie nace con un érase una vez que te permite saber que vas a vivir una vida llena de felicidad y de pocas preocupaciones. Eso puede pasar en los cuentos de hadas, pero no en el llamado mundo real. El mundo real es mucho más complicado, mucho más difícil de comprender. Ni siquiera existe un libro que consiga mostrarnos todo lo que esconde ese maravilloso y tenebroso mundo real. Los niños tienen que descubrirlo por sí mismos. Aprendiendo, intentando, fallando, logrando, superando… creciendo y quizás, dejando de creer en las perdices del final feliz de los cuentos de príncipes y princesas. Porque nadie nace con un érase una vez.

martes, 28 de junio de 2011

Algo es algo

Me rendí.
Pensé que podría ser capaz de escribir y publicar algo todos los días. Sin embargo, por unas razones o por otras, no volví a teclear en mi ordenador. Me rendí, y abandoné, y eos que tenía tantas cosas que decir. O por lo menos eso creía. E intento seguir creyendo.
Tengo 18 años, o sea que he vivido ya una pequeña y muy importante parte de mi vida. Soy una persona complicada, y eso me gusta. Siempre me ha gustado. A pesar de las cosas que hayan podido suceder a lo largo de estos años. Me considero una mujer fuerte- aunque a veces pueda no parecerlo- y suelo cumplir todo lo que me propongo, o por lo menos lo intento. Pero, no sé que me ha debido ocurrir para haber abandonado el lugar (virtual) en el que iba a sincerarme y a escribir de lo que me apeteciera- para sentirme libre o a gusto por lo menos-.
Yo he seguido escribiendo. Menos de lo que me hubiera gustado, pero he continuado utilizando un pequeño cuaderno para escribir de lo que más me apetecía o atormentaba en esos instantes. No obstante, puede que fueran escritos demasiado personales como para publicarlos o incluso puede que por el miedo que tengo al fracaso, me haya acobardado y haya dejado de enseñarlos para no sufrir vergüenza cuando tres personas lo lean (aunque me conozcan muy bien). Por eso mismo, he debido rendirme. Y no sé cómo recuperarme. Exacto, me he acobardado, y ahora, ¿qué hago? Podría abandonar ya del todo, y dejar que el blog muera por sí solo o mejor aún, acabar yo misma con él clicando en la opción de "Suprimir blog". Sin embargo, soy una persona muy complicada, y por eso, prefiero complicarme más aún.
Ahora, a las 23:53 de una noche de verano, me encuentro sentada en frente de mi ordenador. Tecleando y tecleando sin pensar ni un solo momento (tal como me gusta hacer a mí) para aportar un nuevo comienzo al blog que creé para Pilindrajos.
Una Pilindrajos que no se rinde y que desea superarse cada día más y más. Una Pilindrajos que prefiere enfrentarse a sus miedos, aunque le cueste un tiempo darse cuenta de ellos.
De verdad que espero que si alguien está leyendo todo esto, y no sabe quién es esa tal Pilindrajos, tenga la oportunidad de conocerla tal como la conozco yo, porque creo que merece mucho la pena.
Por eso, voy a intentar aprender de ella y voy a dejar de rendirme para seguir escribiendo, y permitir que, con mis tecleos y tecleos, podáis conocerla bien. (O por lo menos, a través de mi pequeño cuaderno)
A las 00:00 de una noche de verano, dejo de rendirme (un poco).
Algo es algo.

lunes, 11 de abril de 2011

Y te muerdes las uñas...


No dices palabra alguna, pero (porque) te muerdes las uñas.
No le dices como te sientes, pero le besas…y le miras.
No quieres perderte nada de él, ya le echas de menos.
Pero de repente, ya no le miras. ¿Para qué?
Creerá que te pasa algo…mejor no descubrirse.
Mejor mirar por la ventana del autobús.
Mucho mejor mirar la noche de Madrid. Noche de sábado. Miras. Observas con mucho detenimiento. Cualquier distracción es buena. ¿Por qué sonríes? ¿Te divierte la gente que huye de la lluvia? ¿Los coches que aceleran ansiosos por llegar a casa? Sólo van hacia un destino. Su propio destino. Al igual que tú. ¡Qué más da adonde vayan! Siempre es mejor mirar lo que hay fuera.
Mejor que mirarle a él y no llorar, es mejor mirar por la ventana.
Y morderse las uñas.
Y piensas en todo lo que podrías decirle, en todo lo que sabes que quieres decirle. Pensamientos caóticos que tienen que salir. En algún momento tienen que salir.
¡A la de 3! De verdad que sí. Pero otra parada ha pasado y cada vez estás más cerca, ¿De qué?
Quizá de decírselo.
Y mirando por la ventana- porque sigues sin girar la cabeza, ni siquiera un poco- te percatas de que el autobús va más rápido. ¡Tú puedes! díselo…
¡Cobarde! Venga, a la de 1…y coges aire. Te hace falta. A la de 2…de verdad que tampoco es complicado decírselo. Son tonterías, tonterías.
Tonterías que podrían ser dichas en cualquier momento. Pero el 3 nunca llega. Si acaso la hora, porque son casi las 02:00 y tienes que adelantar el reloj. Ya es primavera…aunque la noche de Madrid finge no serla. Como tú. ¡No adelantes la hora! Pierdes el tiempo, el único tiempo que tienes con él. Aprovecha el rato que tienes con él...
Sin embargo, permanecéis en silencio. Los dos. Todo silencio. Menos el autobús. Menuda noche pasaron los de atrás. Incluso los de en frente que tan raro os observan. Mientras, tú te fijas en ellos hasta que prefieres mirar por la ventana. Y como no, te muerdes las uñas.
Dices que es la persona con la que más confianza tienes, a la que más problemas cuentas y más sincera eres.
Sin embargo, no eres capaz de decirle lo que estás pensando. Tonterías, tonterías. Demasiados sin embargos. Porque esa tontería puede ser algo más. Puede que no sea una tontería. Dices que es tu amigo. Bueno, en realidad no lo dices. Tú no dices absolutamente nada.
El silencio es tenso. ¿Amigo? Confusión. Tonterías, tonterías. Necesitas sin embargos…y quizá morderte las uñas mientras miras por la ventana. Ahora sí quieres llegar a casa (ya te cuesta la 2ª persona) Y llegar al 3. ¡No llores! Eso sería descubrirse, ser débil, joder todo lo que tienes con él…no puedes ser sincera con la persona a la que amas.
No le miras. Ya ni siquiera le miras. ¿Para qué? El viaje se hacía corto, pero cada vez es más largo. Quieres besarle, pero ¿para qué? ¡Mantener mentiras! Eso sí lo sabes hacer. Engañarte a ti misma, ser cobarde. ¡Cobarde! No pienses… di TRES. ¡Díselo ya! Pero, ¿para qué? No merece la pena. Ya no. Ya queda una parada así que mejor despedirse y esperar a que llegue el lunes para verle. Para no mirarle. Para no decirle nada, para…morderte las uñas.
Y le das un beso. Ligero beso. Nada más. Te haces daño…al morderte las uñas. Porque no dices palabra alguna. Porque para qué ser sincera. Sin embargo…no. Ya no hay más sin embargos. Ya no hay nada más.
Adiós.
Bajas del autobús. En cuanto ese autobús se aleja hay silencio. Bendito silencio. Ahora estás sola. Completamente sola. Bendita soledad... que te permite callar. Aún más.
Y hace frío. Llueve. Ya da igual. Ya todo te da igual. 3,3,3…respiras y…
Te muerdes las uñas.

sábado, 9 de abril de 2011

Avanti

- Permesso?

- Avanti!

Alguien más entró.

Cada vez que los italianos quieren entrar en algún cuarto, preguntan Permesso?

Si te responden Avanti, se puede pasar. No se molesta. Supuestamente, no hay ningún problema. Nada por lo que preocuparse.

Es siempre igual. No importa dónde te encuentres, o en qué idioma lo digas. Siempre hay que llamar antes de entrar. Y si puede ser un par de veces, mejor aún.

- ¿Se puede?

- ¡Adelante!

Sin embargo, todos sabemos (deberíamos saber) que hay que tener mucho más cuidado al abrir una puerta. Una puerta en la que no importa el idioma en el que hables, o la parte en la que estés, porque todos la conocemos. Esa puerta que nos informa cada día, que nos advierte y nos atormenta a todos. Todos los días. Esa puerta que aunque nos inquiete, no debemos dejar de cruzar.

En esa puerta hay que entrar cautelosamente. Ahí sí que no sabemos lo que nos podemos encontrar. Permesso? ¡Ten cuidado! No te vayas a asustar. Permesso? ¿Estás seguro de que quieres pasar? Avanti avanti

“Tsunami en Japón. Peligro de radioactividad”

“El paro aumenta un 4%. Este es el peor mes de esta crisis”

No te cortes. No te tapes. Sigue abriendo.

“Las tropas de Gadafi se lanzan de nuevo al ataque”

“Los enfrentamientos se recrudecen en la franja de Gaza”

“Políticos acusados de corrupción”

Tú continúa abriendo. Leyendo. Escuchando. O quizá, mirando.

“El régimen sirio ataca con munición real en varias ciudades”

“Miles de mujeres torturadas al año”

“La acera como colchón para las personas sin hogar”

“Un seísmo de 7,4 ataca otra vez Japón”

“Se han encontrado más paraísos fiscales”

Ya no te puedes echar para atrás. Tienes que seguir entrando.

“Más políticos acusados de corrupción”

“Un millón de jóvenes en busca de trabajo”

(Como no. Eso ya te lo imaginabas, seguro)

“Condenas de muerte a los homosexuales en África”

“Alerta de atentado”

“Represiones y retenciones en los territorios árabes”

“El conflicto en el Sahara continúa ¿será eterno?”

"El paro aumenta otro 8%. Este sí es el peor mes de esta crisis"

Ataques de todo tipo. Algunos ni te los quieren mostrar cuando entras por la puerta. Pero están ahí, escondidos.

Violaciones. Represiones. Tiroteos. Atentados. Más ataques. Misoginia. Homofobia. Xenofobia. Antisemitismo. La historia te lo ha enseñado. Ya lo conoces perfectamente.

“Más de dos mil jóvenes se manifiestan para reivindicar un futuro digno”

“A los niños soldado se les proporciona cocaína para poder matar”

“Miles de niños africanos mueren antes de llegar a los 5 años”

Hay 140 millones de niñas en el mundo que han sido mutiladas a través de la ablación genital”

No son casos aislados. No sólo ocurre esto. Hay mucho más. Muchas más puertas que se abren en un solo momento. Todas ellas escondidas en una habitación grande. Una grandísima habitación que se puede abrir solo con una frase. Con una palabra. Te permite entrar. Y de ahí ya no puedes escapar. ¿Te apetece entrar? Es peligroso… te expones a la verdad. A la cruda realidad. A la muerte. A la desgracia. Al verdadero dolor. A enormes revoluciones. A auténticas represiones. Al egoísmo y a su primo-hermano odio. A la ausencia de amor y paz (aunque afortunadamente siempre hay excepciones). A la tristeza. Al consumismo. A la violencia- por oficio, por gusto, por necesidad, por…sin explicación alguna-. Una puerta que te expone directamente a la verdad – censurada en ocasiones -, pero siempre una crudísima habitación.

¿Quieres pasar? ya no hace falta que llames. Avanti Avanti… Bienvenido al mundo real.

jueves, 7 de abril de 2011

El piano

Sacó a relucir el piano. Por fin tenía ganas de tocarlo.

Hacía tiempo que no levantaba esa pesada tapa negra. Llena de polvo. Sabía perfectamente que tenía que limpiarlo.

¡Ahora sí! Ahora estaba más brillante. Parecía nuevo. Como si lo acabara de comprar. Como si… como si volviera a empezar.

Que placentera sensación experimentó al posar los dedos sobre los rectángulos blancos, negros. Esas teclas capaces de producir sonidos tan diversos, completamente hermosos. Música, se llamaba. Poco a poco, experimentaba Música en sus manos. La sentía. La adoraba. Y por supuesto, la anhelaba. Iba de tecla a tecla, de nota en nota. No tenía prisa. Era una gozada en estado puro.

Do.

Ni siquiera se sentaba.

Re.

¿Cuánto tiempo ha pasado ya?

Mi-mi-mi… ¿esto era Sol? Parece que no. Saltaba, sin ningún orden específico, de nota a nota. Jugaba con ellas. Se estaba divirtiendo, como antes.

Do-Mi-Sol-La. Las toca con los dedos. Siente con los dedos. Con las manos, los nudillos, e incluso, con los codos. Le encanta que el teclado esté tan frío. Ha estado tan distante. Como lo ha echado de menos. Ahora sí que sí. PUM.

Lo estridente interrumpe. Sólo encuentra silencio. Se asusta. Se sienta.

Si es que hacía tiempo que no lo usaba. Y mira que lo intentó. Muchas veces quiso sacarlo, y tocarlo. Amarlo profundamente. Como antes.

Pero no tenía tiempo. Ya casi ni ganas. Al fin y al cabo, parecía que había sido solo un mero pasatiempo. Uno de esos hobbies- los llaman - que se practican para tener entretenidos a los niños durante una hora. Una forma de pasar el tiempo. Ese tiempo, que ya casi no tiene.

Los recuerdos, nostálgicos, le invaden la cabeza. Preciosas melodías que tocó, que profundamente amó le retumban. Irrumpen en su confusa mente. Aunque ahora, casi difusas. Borradas.

Recogió sus antiguas partituras de encima de la caja negra. ¡Vaya revuelto! Las reordenó otra vez. Y las observó, con tanta curiosidad. Como en los viejos tiempos ¡cuántas había! ¡Y tan diferentes! Diversas melodías volvían a resonar en su cabeza. Ahora con más claridad. Sinfonías, blues, valses, pop, swings, rock ‘n roll, baladas, jazz, tangos... todas ellas, sin ningún acompañamiento. Ya no sabía casi interpretarlas. ¡Qué pena! Con lo que le gustaba. Con lo que había conseguido. Con todo lo que había llegado a ser. Y podría haber sido.

Se sentía culpable. Se castigaba. Día, y noche. Y día, otra vez. No se libraba de esas teclas blancas y negras ni aunque abandonase las partituras para estudiar los inmensos tomos de la carrera. Futuro, lo llamaban. Estabilidad, en realidad. Ahora se avergüenza. Se arrepiente.

Siente un terrible silencio. Un silencio en el que oye. Silenciosos sonidos, melodías, acompañamientos.

Do-Si-Sol-Do.

Y ritmos y bases y notas, y más notas. Pero, solo hay silencio. Y aplausos. Los oye. Están en su cabeza, pero los oye. Aunque no con suficiente claridad.

Oye unos aplausos que, en algún momento, perfectamente pudieron haber sido escuchados. Posiblemente, si lo hubiera intentado... aplausos. Para él, gran pianista. Por él.

Lleno de polvo.